jueves, 27 de julio de 2017

MALVENIDOS A DUNKERQUE



La guerra se nos vende en muchas ocasiones como un excelente lugar para demostrar la fortaleza de los soldados, el heroísmo y la lealtad. Nolan nos abre la puerta a una batalla en la que no hay vencedores, solo ratas atemorizadas (y en muchas ocasiones egoístas) que huyen despavoridas del infierno nazi que se está apoderando de Europa. Quieren sobrevivir, volver a casa, aunque la II Guerra Mundial no ha hecho más que empezar.

La película se divide en 3 ambientes: aéreo, acuático y terrestre.

Los vertiginosos planos aéreos son pura poesía visual, protagonizados por un Tom Hardy que tan solo con los ojos es mucho más expresivo que la mayor parte del "actoral hollywoodiense".

Estas batallas aéreas, dinámicas y realistas, se entrelazan con un periplo en barco de recreo que una familia realiza por orden de Churchill, para recuperar tropas de las playas francesas. En el barco el ritmo del viaje es pesado, tranquilo, demasiada calmado, como preludio de una tormenta.

En tierra, la playa está salpicada por hombres en fila india deseando subir a cualquier tipo de embarcación que les aleje de las hordas nazis, más numerosas y fuertemente armadas. El espigón es una especie de lugar de peregrinación al que todos quieren ir para subirse a uno de los destructores de la Marina inglesa, sin embargo, es el blanco preferido de los Junkers alemanes.

Los héroes no tienen el protagonismo. Hay gestos heroicos, sí, pero lo cotidiano es la supervivencia y salvar el trasero. Se agradece la ausencia de sangre y visceras, que no son necesarias para generar angustia y tensión.

La banda sonora de Hans Zimmer es asfixiante, con un constante ritmo que emula al segundero y que te va recordando que los aviones nazis van a llegar en cualquier momento.

Es la película de 2017. Nolan demuestra su capacidad para hacer obras maestras tan variopintas como Memento, Origen, Interstellar y la propia Dunkerque.

Diego Celma


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